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PRÓLOGO

Samuel Uzcátegui

Tengo el gusto y el honor de poder ser el hijo de la autora de este libro. Un libro que, inconscientemente, lleva años marinándose en la cabeza de mi madre. Un libro que era algo que sabía que quería hacer desde hace mucho, pero ni cuándo ni cómo. Un libro que empezó con una premisa similar al que le decía a sus hijos y sobrinos/as cuando quería hacerlos dormir, y lo único que hacía era despertar más y más curiosidad. Fuimos su audiencia, su grupo focal, y quienes le hicimos saber que tenía un verdadero talento para contar historias que aterrizaran fácilmente y dieran de qué pensar. Una historia que se supone tenía que darnos somnolencia, terminó siendo la razón del trasnocho en varias ocasiones.

¿Lo mejor de esto?, Poco era prefabricado. Mamá no se sentaba en una computadora o libro para anotarla y contar el mismo cuento una y otra vez. Era una historia que evolucionaba en su mente cada vez que uno de los niños preguntaba y repreguntaba sobre los más mínimos detalles del personaje que mi madre había inventado, que, a propósito, llevaba el nombre de algún familiar, para hacerlo más horizontal. Incluso en ocasiones, semanas después de la primera parte del cuento contada, le pedían la segunda, y tenía que improvisar para retomar el hilo.

Entre tanto ensayo y error, junto a las numerosas partes y entregas que mamá nos contó por tanto tiempo, nació esta idea de plasmar esta significativa historia en papel y lápiz, o por ahora, en computador y teclado. Sumando la iniciativa, la nostalgia por una historia tan antigua y un impulso de creatividad que duró meses, se logró.

Es una historia que lleva décadas, en las que se amalgaman temas importantísimos para la autora, como el amor por la naturaleza, el interés por aprender y estudiar, la unión en familia y, sobre todo, la sabiduría que acarrean los adultos mayores. También, es explorar constantemente dinámicas sociales como las relaciones entre padres e hijos, la camaradería en el colegio y las distintas maneras con las que el ser humano trata de lidiar con el duelo y la soledad. De igual forma, invita a examinarnos y pensar cuál es, dentro de nuestra vida, ese espacio al que podemos visitar, donde tenemos paz y las conexiones son más duraderas. Y si no lo tenemos, pues es un llamado a buscarlo y apreciarlo.

Si me pidieran una definición de lo que es Muktambu, no puedo dársela. Para la familia protagonista del libro, es un árbol significativo convertido en insignia por el valor que le dieron sus ancestros. Para mí, es un lugar feliz, es la ilusión de una escritora contando historias sensibles. Es ese niño acostado en su cama preguntándole a su mamá de qué color eran las patas del gato que mencionó una vez en la historia, para luego verla hacer gimnasia mental dudando si en verdad había mencionado un gato o no.

Es todo aquello que asociemos con lo bueno que nos rodea, y que nos nutre y nos abastece de energía cuando más lo necesitamos. Puede ser un recuerdo, puede ser un sentimiento, puede ser un sueño, no hay requisitos ni impedimentos.  No hay un formulario qué llenar.

Más allá de disfrutar una hermosa historia, la verdadera invitación de este libro es qué se aventuren a encontrar su Muktambu y lo tengan en cuenta en su día a día. Que sea el lector quien construya su propia definición de Muktambu, y la adopte, abrace y si es de su gusto, aplique en su vida.